Sus ojos son pardos pero, cada vez que lo mira, se convierten en café miel.
Su sonrisa educada se vuelve en la más singular e iluminada de aquél bus.
Todos se dan vuelta para verla: No es nada más que una mujer común y corriente. Pero algo más allá de eso les atrae.
Ella no se da cuenta.
Esa mujer es así, porque su belleza se enaltece al ver a ese hombre.
Es como una piedra preciosa que acaban de terminar de pulir. Poco a poco.
Sólo tiene sus ojos, para admirar a aquél hombre.
Su voz, para cantarle todas las noches.
Sus oídos, para escucharlo hablar de aquellas aventuras de jóvenes.
Su olfato, para oler su aroma desbordante.
Y sus labios para besar y degustar lo inimaginable.
Aquella mujer,
moldeable, frágil y absorbente.