jueves, 16 de enero de 2014

Odio.

Odio que escriban mis cosas sin mi permiso.
Odio las mentiras.
Odio que me obliguen a hacer algo que no quiero.
Odio ser utilizada.
Odio que me metan pensamientos y gustos a los cuales no comparto.
Odio que se burlen de mi fácilmente.
Odio que no se den cuenta de mis sacrificios, que al parecer es poco para ellos.
Odio que imiten mi voz, en tono burlón.
Odio a los metiches.
Odio a las personas lentas (mental como físicamente).
Odio tener que depender de alguien.
Odio el tiempo que pretendo gastar en alguien y que, al fin y al cabo, nunca llegue.
Odio que el plato recalentado durante tres minutos, no esté lo suficiente caliente.
Odio tener que agarrar ese mismo plato ardiendo con mis propias manos.
Odio a los orgullosos.
Odio que los perros salten encima mío y manchen mi ropa con sus patas sucias.
Odio que arañen mis piernas dicho animal.
Odio el olor mugriento de los animales, especialmente doméstico.
Odio que la taza de café esté caliente hasta quemarme la lengua... y aún así no dejar de beberla.
Odio a aquellas personas que viven en su imaginario mundo de narcisismo, atropellando a todo quien se le presente.
Odio a la muchedumbre apretujada, transmitiendo sus olores corporales a cada humano que toque.
Odio a la niña que llora al otro lado del muro, por el sólo hecho de salvarse de una travesura, cuyo hermano está, ya de por sí, sentenciado.
Odio los versos, aquellos que contienen tantas habladurías y ningún sentido ni seriedad.
Odio no ser escuchada por mis propios cercanos.
Odio ser olvidada.
Odio ser ignorada.
Odio los bebés, que al parecer suponen ser seres sensibles y angelicales. Y en cualquier momento una rabieta te saca de tus propias casillas.
Odio que la ropa se achique, se descolore o pierda su forma natural.
Odio ser tan torpe.
Odio el frío helado que eriza mi melena y el abrasante calor que me descompone.
Odio ser tan débil.
Odio enfermarme fácilmente.
Odio oír a los niños chillar.
Odio tener que sonreír cortésmente.
Odio la presencia de las nubes predicando las lágrimas y que, a fin de cuentas, no suceda nada.
Odio a los jóvenes mirones.
Odio tener que esperar a alguien a quien no me interesa.
Odio no apreciar los valores y buenas intenciones de los demás.
Odio no darme cuenta de lo bueno y siempre inclinándome hacia lo malo.
Odio ser tan ingenua.
Odio no poder enfrentarlos.
Odio quedarme callada cuando debería hablar.
Odio olvidarme de las cosas.
Odio no darme cuenta.
Odio no poder simplemente entregarme a ellos.
Odio subestimarme.
Odio hacerme daño.
Odio la injusticia.
Odio la vagancia.
Odio poner la alarma y apagarla inconscientemente.
Odio levantarme con pesadillas.
Odio escuchar los gatos aclamando a que un macho las monte.
Odio los mosquitos.
Odio a tener yo que correrme a través de la gente, evitando tocarlos y que su olor impregne mis ropas.
Odio ser falsa.
Odio no poder expresarme fácilmente.
Odio ser tímida.
Odio destacar.
Odio que no salgan bien mis dibujos.
Odio incumplir mis metas.
Odio las muecas.
Odio a los que no tienen la habilidad de ser discretos.
Odio a los que viven en su eterna infancia y no maduran finalmente.
Odio no contar con las palabras necesarias para expresarme.
Odio que me cueste más que los demás.
Odio que critiquen mis gustos.
Odio absorberme en el mundo de los demás.
Odio el ruido de las bocinas.
Odio el tráfico.
Odio que no me permitan correr.
Odio ser cobarde.
Odio mi impotencia.
Odio no llegar a aceptar, lo que en realidad me está matando.
Odio no poder cambiar las cosas pasadas.
Odio el olor a tabaco.
Odio la ropa ajustada.
Odio el ruido de los insectos cerca de mi oído.
Odio tener que bajar el volumen para que puedan charlar tranquilamente.
Odio tener que prestar mis trabajos a alguien, cuya persona vive en fiestas y borracherías.

Pero lo que más odio de todo esto, es que no soy capaz de darte el amor que esperas, debido al miedo y a la desconfianza que tú mismo me provocas. Y, que a pesar de hacerlo, jamás podría romper aquellos muros que me distancian de ti.
Porque tú no eres.
Porque yo no soy.
Porque no somos.
Porque jamás.