Desde el momento en que te conocí mi corazón siempre estuvo en guardia y el mal presentimiento que te tenía nunca se fue. La desconfianza se mantiene intacta a pesar de que la situación haya cambiado, a pesar de que me gustes tanto.
Hasta este momento, supe el lema de vida que tomaste y no discuto nuestras diferencias sobre ello. No seguimos la misma corriente, lo que tú consideras irrelevante para mí es lo más esencial.
Nuestros destinos jamás tendrán un punto de encuentro, jamás obtendré tu amor y jamás voy a abrirme completamente hacia ti.
Y a pesar de eso, conociendo tu pensamiento, no pude soportar el dolor en mi pecho al escuchar brotar de entre tus labios esa palabra.
Tonta de mí, por sentirme así y creer que esto era algo más que una aventura ligera.
Estúpida de mí, por titubear ante mi comportamiento y hacerte dudar dejando casi al descubierto mis sentimientos.
¿Por qué me sentiría mal si después de todo estoy comiendo de la misma fruta prohibida?
Y ahora el deseo que expresas con cada palabra me saben tan insípidas, indiferentes, mentirosas. Tus acciones no me convencen y me confunden cual vorágine no creo poder resolver.
Puse cierta confianza en ti, lo admito, pero nunca pude dártelo en su totalidad.
Te mentí.
El único amor que creí conservar se lo llevaron. Y bien lejos.