No me sentía a gusto conmigo misma, con lo que implica el porqué de mis actos, pensamientos y habladurías. Me sentía -todavía lo siento- desanimada, corrupta, llena de maldad. Todo abarcaba el orgullo, ser superior al otro y verlo caer destrozado, hambriento.
Todo lo que me llenaba de vida, mis principios, mis fortalezas... fueron hecho cenizas. Las promesas que juré cumplir, la esperanza de seguir adelante sin importar las dificultades. Todo lo he olvidado, me lo he callado, me embriagó la amargura y la indiferencia.
He roto cada pedazo de mí para poder darte un destello de luz que tú nunca supiste valorar. O que yo nunca pude mantener.
Olvidé a quién recurrir en estas circunstancias. Fui con mis amigos, los cuales me dieron días de felicidad, compañía pero por un corto lapso. No pudieron sanar mis heridas y ni si quiera lo comprendían.
Recurrí a mi familia. Sin embargo no pude abrirme a ellos y dejarme consolar.
Estuve perdida por mucho tiempo. Antes de haberte conocido no encontré la paz. Acepté nuestro trato por el miedo a la soledad, al olvido, al rechazo y a la lujuria que me invadía en ese momento. Sólo quise un amor para recibir. Y para dar.
No estoy segura si realmente te he amado. Pero todavía anhelo aquellos días. Cuánto te extraño.
Tuve un sueño ayer. Estabas conmigo y ambos sabíamos que no podíamos estar juntos. Manifestamos nuestro motivo. Por mi parte, sentía un leve dolor tratando de surgir en mi pecho al decírtelo.
Y todavía lo siento.
No la encuentro. Quizás la perdí de entre mis libros viejos.
¿Y en Betel?
Volví a aquella Biblia que siempre estuvo en mi mesita de luz, llena de polvo y con su tapa añeja. Abrí en el capítulo donde quedé y continué mi viaje.
Hoy fui a visitar Betel, y volví a sentir su abrazo reconfortante. Mis lágrimas brotaron como cascadas y mi voz salió entre llantos ahogados llenos de tristeza, soledad, arrepentimiento.
Nunca quise ser así. Nunca quise el mal al otro. Menos a ti.
Dios me dio las respuestas que estaba esperando, me ha devuelto la paz que he estado buscando.
Todavía mi travesía no ha terminado. Recién estoy empezando a sanar, perdonar, comprender. A ser mejor por mí misma y no depender de motivos banales.
"Porque has sido mi socorro; y así en la sombra de tus alas me regocijaré"- Salmos 63:7