miércoles, 18 de enero de 2017

Carlos Sadness — Feria de Botánica

         

Sucedió en la feria de Botánica,
bajo el manto de la matemática,
vino el aire a secar mis lágrimas,
de un amor de fibras astronómicas. 

El horóscopo decía que era pronto todavía, 
pero yo le tengo alergia a las mentiras. 

Para ti una tontería, 
corazón de purpurina,
hoy me queda en las manos todavía.

Le puse tu nombre,
al viento, buscándote. 

Ven, ven a mi encuentro, 
en los árboles anidarán mis sueños.

Sucedió en la feria de Botánica,
lejos del alcance de la Lógica,
me invadió una nostalgia transatlántica,
me dejó la esperanza microscópica.

Las estrellas sugerían que te daban por perdida,
pero yo le tengo alergia a las mentiras. 

 Para ti una tontería,
para mí toda la vida,
te noto en las manos todavía. 

Le puse tu nombre,
al viento, buscándote. 

Ven, ven a mi encuentro, 
en los árboles anidarán mis sueños. 

Le puse tu nombre, 
al viento, buscándote. 

Ven, ven a mi encuentro, 
bajo las estrellas guardo tu recuerdo.

martes, 10 de enero de 2017

El lobo y el verdadero dueño.

    Había una vez un lobo solitario, abandonado por su manada, perdido entre la oscuridad del bosque.
    Entre jadeos hambrientos y gruñidos melancólicos vagaba en medio de la lluvia fresca y el viento helado que le brindaba la noche.
    A medida en que se adentraba en los árboles verdosos, más resplandecían aquellas luces de luciérnagas lejanas. No entendía el porqué seguirlas, pero un presentimiento lo llenó de esperanzas.
    Entre los bichos de luz había una cueva gigante y, sin dudarlo, se resguardó de la lluvia y el frío. Pero al entrar, un rugido lo alertó.
    El oso más prominente que haya visto.
    El lobo no tenía oportunidad contra él, pero sorpresivamente vio en sus ojos negros una pizca de compasión. Tal que le dejó un pequeño espacio para descansar, al borde de la entrada.
    Se acostó el lobo famélico y el oso salió de la cueva. Quizás había malinterpretado su compasión e iba a irse de todos modos. Sin embargo, luego de un par de horas, volvió con muchos pescados en su boca. Le dio todos los que tenía al lobo y se recostó en su cueva.
    Sin pensarlo dos veces, devoró la carne de sangre fría. Cualquier alimento valía la pena en ese momento.
    Al día siguiente, sucedió lo mismo.
    Como veía aquél brillo de amor en sus ojos, creyó que era adecuado acurrucarse más al fondo de la cueva. Pero el oso gruñía, mostraba sus dientes en forma de amenaza, y se negaba a compartir aquél espacio.
    El lobo no comprendía y así pasaron los días, los meses y siempre buscaba alimento el oso para él pero en las noches nunca le dejaba dormir a su lado, y como consecuencia a su intento de buscar un lugar, recibía rasguños por parte del animal.
    El lobo cansado, decidió que era ya el momento de descansar en los adentros de la cueva, ya que el aire helado llegaba a rozar su pelaje en las noches y no podía soportarlo por más tiempo. No obstante, el oso no permitió tal movimiento y, en un arranque de furia, desgarró una de las patas al animal.
    Asustado y herido, salió corriendo torpemente. Tanto tiempo conviviendo con el oso que no pudo darse cuenta cuánto daño le hacía. Procuró y se prometió así mismo que no pasaría de nuevo.
    Luego de un par de meses, el hambre escaseaba en su estómago.
    Rondando en medio del bosque, encontró en su camino un sendero cubierto por rocas negras -lágrimas de Apache-, que le guiaban al parecer a una cabaña. Observó las luces de aquella única ventana de vidrio que dibujaban una sombra humana. Puede que el miedo le haya invadido, pero su hambre voraz era más arrasador. Movido por la flacidez de sus patas y la poca energía que le quedaba, llegó a la puerta de aquél leñador.
    Con rasguños y llantos de dolor hizo su presencia y lo que más le sorprendió al hombre al abrir la puerta fue el estado de la bestia. Sin dudarlo, lo cogió entre sus brazos peludos, arropándolo con una manta vieja que tenía sobre la silla, le acercó al fuego de la chimenea y le alimentó con tal amor que ni el mismo lobo creería merecer. ¿Cómo un ser humano pudo entregarse tan fácilmente a aquella criatura?.
    El lobo tenía que ocultar esas heridas del pasado. Evitaba algún contacto físico con el humano por mucho tiempo. Trataba de mantenerse en un lugar, estático, quieto y oculto, evadiendo aquellas manos al momento de tocarlo.
    Pasaron los ocho días y recibía el mismo trato: paciencia, tranquilidad, dedicación, ternura, amor. Pero aquella última mañana el mismo lobo convencido de aquél amor leal que le brindaba, decidió mostrar sutilmente sus marcas. El leñador, estupefacto, observó las rasgaduras en su cuerpo y el miembro amputado en su pata izquierda. Su andar torpe y débil enojó al hombre hasta tal punto de echarlo de su hogar a patadas.

    —¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Cobarde!- ofendido, rugió el leñador.

   El lobo, sorprendido, no pudo creerlo. Sin más remedio hizo caso y se retiró.

    Pero el único cobarde fue ese ser incapaz de amar aquella criatura a pesar de su incapacidad.

    A medida en que se alejaba, lo poco que le quedaba de humildad en su corazón, se marchitaba.
    La luna llena presenciaba su andar imperfecto, los aullidos de su voz y detrás de él un coro de lágrimas de Apache que ni aquellas esposas, madres, hermanas e hijas pudieran consolar.
    ¿Todo acabaría así?¿Tan fugaz?
    Muy tarde se dio cuenta el lobo que había caído en la calidez de ese hombre.
 
    Agotado, destrozado y afónico de tanto llorar, permaneció en una de las rocas musgosas que daban paso al río. Posó su cabeza allí y descansó.
    Una voz dulce y tranquilizadora despertó al animal.
    Abrió sus ojos rápidamente y se puso en posición de ataque. No supo con quién se enfrentaba, pero ya habían pasado demasiadas cosas como para soportar otra más.
    No había nadie.
    Luego de un instante, volvió a escuchar aquella voz y supo que provenía del mismo río en el cual descansaba.
    Lo miró con angustia y vio su propio reflejo. Destruido. ¿Cómo pudo descuidarse así?.
    Decidió que era momento de volver a su propio lugar: su hogar. Él mismo los abandonó en busca de mejores expectativas y sólo encontró el hambre y falsos amores.
    ¿Cómo pudo olvidarse de su manada, su familia?
    Cabizbajo y con arrepentimiento, se asoma a su pueblo y este lo recibe con suma alegría.

Nunca debí haberme ido. Todo lo que tengo es el amor que siempre anhelé y recibí sin darme cuenta- Dijo el lobo.

    El verdadero dueño era él mismo.