viernes, 30 de marzo de 2018

sábado, 17 de marzo de 2018

Injusto.

    Todos los días pienso en ti, el gran anhelo de que estuvieras conmigo compartiendo tu tiempo. La añoranza de esos días en que descubríamos lo nuevo en el otro, lo interesante que resultaba descubrir pedazo por pedazo nuestra vida.
    Sin embargo, sueles hundirte en lo más profundo de tus vicios. "Soy un maldito enfermo por el vicio", me dijiste y a pesar de que en mi cabeza no entraba el hecho de que en este tramo de nuestra relación siempre eligieras el juego y tus amigos, traté de comprenderte - y lo hice- conllevando todo el amor y la melancolía de esos días dentro de mi. Deseando tu abrazo, tu apretón de manos, alguna caricia en el rostro.
    Y no supe dónde volcarlo, dónde olvidarme de tu falta de atención hacia mi. Como si fuese un perrito abandonado que sólo un niño se emociona al tenerlo en las primeras semanas y pierde su valor el resto de los días, que cada vez que lo ves te acuerdas de lo lindo y divertido que pasaste junto a él y de vez en cuando le das unos cuántos mimos.
    Así me sentía yo. Así lo siento.
    Y hasta que por fin conocí un lugar donde podía olvidarme -o mejor dicho desahogarme- de tu indiferencia, te comportas como un niño malcriado, el cual le quitaron su juguete. No comprendo tu comportamiento. Dijiste que si invertíamos los papeles me ibas a respetar de igual manera. Pero tu actitud no es la misma. Estás molesto. ¿Acaso es por el trato amistoso y burlesco que tengo hacia mis amigos?
    Quise que entraras a mi lugar, pero te aislaste y, además, me sacaste forzosamente de tu zona de confort.
    Eres injusto conmigo. Sé que hace días no recibes el cariño que te suelo dar, sé que el hambre no te permite pensar. Sólo hay deseo en tus ojos cada vez que te veo. Sólo un medio para satisfacer tu lujuria, eso soy.
Y lo acepto.