jueves, 23 de noviembre de 2017

Y aquí estoy: reparándome — Un viaje a la vida

    Y aquí estoy... reparándome. Deshilando hilos, desatando ataduras, rompiendo cadenas, terminando historias, transformando la promesa de un para siempre en basura. Derrumbando lo construido, rompiendo sonrisas, arruinando mi maquillaje, convirtiendo canciones deprimentes de desamor en algo personal. Dejando heridas... restando lo sumado, convirtiendo sueños en canto y en pesadillas. Retirando un corazón de su lugar, dejando vacíos, dejando deseos, provocando una desintoxicación involuntaria. Una desintoxicación de ti, de tu presencia, de tu sonrisa que provocaba delirios, de tu mirada que me hacía olvidar que existía algo más. De tus cálidos, satisfactorios y calmantes abrazos. De tus delirantes caricias, de tus dulces labios. De tu adorable cercanía... de tu voz. De tu extraño y adorable humor, de tus interminables pláticas. Y así... así estoy. Desintoxicándome de la fantasía, de los anhelos, de los sueños, de las promesas... y de un futuro.
    Nuestro futuro.
    Haciéndome regresar a la realidad, después de hacerme adornar lo irreal de tu compañía, dejándome sola.
    Enseñándome que realmente siempre estuve sola, que sólo fuiste una ilusión... una encantadora ilusión que me dejo sin nada, sin armas, sin valor... sin ti y sin mí.
    Pero pensándolo bien... no.
    No me dejaste sin nada.
    Dejaste este deseo del pasado. Dejaste miedo, incertidumbre, desconfianza y un duelo. Sin hablar de los hilos rotos, de las ataduras desatadas, de las inservibles cadenas de historias que no merecían un final trágico. Un montón de basura, basura que en algún día fueron palabras hermosas.
    Dejaste ruinas, intentos de sonrisas fallidas. Dejaste rímel en mi rostro y no en mis pestañas. Una nueva y deprimente lista de reproducción. Dejaste cicatrices que necesito saturar. Me dejaste una deuda. Debo morir.
Dejaste pedazos de lo que algún día fue un rojo y latente corazón. Dejaste faltantes en mi pecho, y una grave resaca.
Pero sobre todo dejaste algo muy valioso...

         me dejaste a mí.

    ¿Y qué más da?
    Cumpliste con tu función.
    Pues esto es la vida, la suma de malos momentos que nos llevan a buenos momentos. Es subir y bajar, atar y desatar, romper y pegar. Desechar lo inservible, apreciar la belleza de las ruinas, formar sonrisas hasta que éstas sean realmente reales. Y aprender a bailar con cualquier música.
    Y es que en cualquier situación vivir es recibir heridas y aprender a suturarlas con nuestras propias manos aprendiendo a sanar porque vivir es temer, vivir es soñar, es amar, es perder. Es pegar una y otra vez un corazón roto hasta que ya no haga falta. Vivir es apreciar una buena compañía pero también dejarla ir. Vivir es crear malas costumbres y después batallar contra éstas... para crear mejores.
    La vida es esto.
    Es la suma de momentos, de experiencias, de personas... y la resta de los mismos.
    La vida es la reparación constante de los inevitables daños, por eso la vida, la vida nos enseña a darle a cada quién lo que merece y sinceramente.. tu no te mereces esto. No mereces estas palabras... pero sobre todas las cosas...
          No me mereces.

    Porque al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido.
    ¿Yo? porque tú eras lo que yo más amaba,
 ¿Y tú? porque yo era la que te amaba más.
 
    Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo, porque yo podré amar a otros como te amaba a ti. Pero a ti... no te amarán como te amaba yo...

nunca.

Escrito: Ivette Varela
Voz: Sergio Melchor.

domingo, 19 de noviembre de 2017

La vida.

    Hoy he presenciado por primera vez cómo se escapaba la vida de entre sus garras. Postrado en el suelo frente a mí agitando bruscamente todo su cuerpo, sufriendo convulsiones mientras sus ojos miraban el cielo.
    Realizó otro golpe más para acabar su sufrimiento.
    Duró unos minutos, pero a mi parecer fue toda una vida. Sus últimos espasmos. Su cuerpo continuaba respondiendo, pero él ya no estaba allí.
    Murió con los ojos abiertos.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Betel.

    No me sentía a gusto conmigo misma, con lo que implica el porqué de mis actos, pensamientos y habladurías. Me sentía -todavía lo siento- desanimada, corrupta, llena de maldad. Todo abarcaba el orgullo, ser superior al otro y verlo caer destrozado, hambriento.
    Todo lo que me llenaba de vida, mis principios, mis fortalezas... fueron hecho cenizas. Las promesas que juré cumplir, la esperanza de seguir adelante sin importar las dificultades. Todo lo he olvidado, me lo he callado, me embriagó la amargura y la indiferencia.
    He roto cada pedazo de mí para poder darte un destello de luz que tú nunca supiste valorar. O que yo nunca pude mantener.
    Olvidé a quién recurrir en estas circunstancias. Fui con mis amigos, los cuales me dieron días de felicidad, compañía pero por un corto lapso. No pudieron sanar mis heridas y ni si quiera lo comprendían.
    Recurrí a mi familia. Sin embargo no pude abrirme a ellos y dejarme consolar.
 
    Estuve perdida por mucho tiempo. Antes de haberte conocido no encontré la paz. Acepté nuestro trato por el miedo a la soledad, al olvido, al rechazo y a la lujuria que me invadía en ese momento. Sólo quise un amor para recibir. Y para dar.
    No estoy segura si realmente te he amado. Pero todavía anhelo aquellos días. Cuánto te extraño.
 
    Tuve un sueño ayer. Estabas conmigo y ambos sabíamos que no podíamos estar juntos. Manifestamos nuestro motivo. Por mi parte, sentía un leve dolor tratando de surgir en mi pecho al decírtelo.
    Y todavía lo siento.

    No la encuentro. Quizás la perdí de entre mis libros viejos.

¿Y en Betel?

    Volví a aquella Biblia que siempre estuvo en mi mesita de luz, llena de polvo y con su tapa añeja. Abrí en el capítulo donde quedé y continué mi viaje.
    Hoy fui a visitar Betel, y volví a sentir su abrazo reconfortante. Mis lágrimas brotaron como cascadas y mi voz salió entre llantos ahogados llenos de tristeza, soledad, arrepentimiento.
    Nunca quise ser así. Nunca quise el mal al otro. Menos a ti.
    Dios me dio las respuestas que estaba esperando, me ha devuelto la paz que he estado buscando.
    Todavía mi travesía no ha terminado. Recién estoy empezando a sanar, perdonar, comprender. A ser mejor por mí misma y no depender de motivos banales.


"Porque has sido mi socorro; y así en la sombra de tus alas me regocijaré"- Salmos 63:7