miércoles, 31 de octubre de 2018

Feliz Halloween 2018.

   Gelassenheit siempre fue una niña de naturaleza tímida, apacible, comprensiva y de disposición ferviente hacia aquellos que lograban ganar su cariño.
Sin embargo, nunca pudo satisfacer el hambre insaciable de Ungestüm. Espectro orgulloso, impetuoso, rencoroso, que -de algún modo- robó la esencia y los suspiros de Gela.
    Polos opuestos que al unirse bruscamente chocan y resultan heridos.– o eso es lo que decía mamá.
    Y aunque le resultaba un desafío domesticar a la bestia, siempre le mostró misericordia como si sus actos violentos potenciaran el afecto hacia ella.
    Pero incluso Ungestüm, en quién más amaba, fue tornándose disconforme y reacio a cualquier acto más allá de su control. Necesitaba el amor constante, interés y tiempo. Necesitaba más del amor de Gela, de la Garza Blanca, apodada así por el pueblo como si se tratase de un ave servicial. Si alguien necesitaba algo, ella aparecía, como si sus oídos estuviesen siempre allí dónde alguien necesitase su ayuda.
    Aún como si no bastasen las muestras constantes de afecto, las palabras desbordantes de cariño y los pequeños sacrificios discretos que él nunca se enteró, siempre le exigía más y más.
    El encuentro de ambos fue casual, espontáneo y sin segundas intenciones. Se mostró maduro e independiente, convirtiéndose con el tiempo en un niño infantil y egoísta. ¿Gelassenheit lo estaba malcriando o escondía sus inseguridades en aquella actitud? Nadie lo sabía.
    Pero su amado errático no era el único que despreciaba su bondad. Varias personas le estaban fallando y todas tenían algo en común: su herencia maldita. El amor de Gela iba más allá de ser criticada por relacionarse con personas tan repugnantes. Seres manchados, infectados de ira demoníaca, estaban intoxicándola.

    Siempre mantuvo su caja de cristal intacta - la esencia de la Garza Blanca- cercano a su pecho, según los viajeros representaba el ápice de luz en medio de la oscuridad y el día en que se rompa, el mundo se sumergiría en un silencio eterno.
 
    Y el amor de la niña se convirtió en tolerancia, y la tolerancia en impaciencia, y la impaciencia en descontrol. Comprimiendo sus impulsos primitivos, el veneno que recorría de entre sus venas la dominaba.
    Y en medio del gentío estalló. 
    Miles de fragmentos del cristal salieron bruscamente por todos lados y lastimaron a Ungestüm, quien la estaba acompañando. Lo penetraron fuertemente hasta sangrar, como si el odio acumulado de Gela cobrase vida y repercutiera a la bestia por todo lo que le hizo.
    Gelassenheit perdió el brillo en sus ojos, y en ese momento, Ungestüm la desconoció, pero ella se conocía muy bien y supo de lo que era capaz. Era su reflejo. Devolvió lo que él le dio a cambio y no se detuvo hasta hacerle aún más daño.
    Engullece esas regurgitaciones sangrantes de tu garganta y siente mi presión en tu cuello, maldito bastardo.

domingo, 7 de octubre de 2018

Nexo VIII

Si bastasen un par de canciones para que desde el cielo nos llovieran antiguos amores que una noche se fueron. Puede pasar.
Dedicadas para los que están abandonados,
Dedicadas para los que están con un futuro indiferente: sin un pasado, sin un presente.
Dedicadas para los que están desesperados,
Dedicadas para los que están sumidos en un sueño muy profundo,
más fuera que dentro de este mundo.